En medio del vértigo informativo y la rutina global que muchas veces nos arrastra, existe una verdad incómoda que no podemos dejar en el olvido: en Venezuela aún hay presos políticos. Detrás de los muros de las cárceles y en centros de detención que operan al margen de toda legalidad, permanecen hombres y mujeres cuya única “falta” ha sido ejercer un derecho humano elemental: pensar diferente, disentir y expresarlo sin miedo.
El régimen de Nicolás Maduro insiste en proyectar una normalidad inexistente, pero la realidad es tozuda: continúan las detenciones arbitrarias, los juicios amañados, el uso de la justicia como un arma política, la persecución a activistas, periodistas, sindicalistas, estudiantes y ciudadanos comunes que se atreven a opinar en contra del poder. Estas personas no son delincuentes; son víctimas de un sistema que entiende la diversidad de pensamiento como una amenaza.
No se trata solo de exigir libertad para quienes siguen privados de ella. Se trata de recordar que las causas por las cuales fueron encarcelados permanecen intactas. En Venezuela persisten graves violaciones a los derechos humanos: la censura, la represión, la intimidación sistemática, la falta de garantías judiciales y el miedo como herramienta de control social. Quienes hoy están tras las rejas no lo están por un acto aislado, sino por representar, con sus voces y acciones, una lucha que todavía late en el corazón de millones de venezolanos.
Olvidarlos sería aceptar la narrativa del poder que busca borrar la memoria colectiva y reducir la dignidad humana a cifras manipuladas. Guardar silencio sería rendirse frente a la injusticia y convalidar que en pleno siglo XXI exista un país donde opinar libremente pueda costar la cárcel, el exilio o la vida.
Por eso debemos insistir: justicia para los presos políticos, justicia para sus familias, justicia para una sociedad que merece vivir sin miedo. Recordarles al mundo y a nosotros mismos que Venezuela no ha superado su crisis democrática ni humanitaria es un deber ético. Porque más allá de los nombres y los casos particulares, está en juego un principio fundamental: la libertad no puede ser un privilegio, debe ser un derecho.
Hoy, mañana y hasta que la verdad prevalezca, no podemos dejar de alzar la voz. Los presos políticos de Venezuela no están solos, y mientras haya memoria, exigencia y solidaridad, tampoco estarán olvidados.