El 29 de julio de 2024, la vida de Isaías Jacob Fuenmayor González, un joven de apenas 15 años, se apagó trágicamente en el estado Zulia, Venezuela. Ese día, como cualquier adolescente lleno de vida y sueños, salió de su casa para practicar un baile con sus amigos, preparándose para una fiesta de 15 años. Sin embargo, el camino hacia su hogar lo llevó a cruzarse con una protesta que se desarrollaba cerca del liceo Mathías Lossada, el lugar que había sido un centro de votación en las elecciones presidenciales del día anterior. Lo que debió ser un regreso normal terminó en tragedia: una bala acabó con su vida. Isaías fue una de las víctimas de un régimen que ha decidido reprimir con fuerza brutal las voces que piden un cambio.
Isaías no era un líder opositor, ni un activista político. Era simplemente un joven que, como muchos otros, se encontró en medio de una manifestación popular. Sin embargo, su asesinato simboliza algo mucho más profundo: el miedo del gobierno venezolano a la juventud que sueña con un país diferente. La juventud, con su energía, sus ideas y su deseo natural de justicia, ha sido uno de los sectores más golpeados por la represión en Venezuela. El régimen, encabezado por Nicolás Maduro, no solo persigue a los opositores políticos y críticos del gobierno, sino que también apunta a los jóvenes que se atreven a imaginar un futuro distinto.
El asesinato de Isaías es un reflejo de cómo el gobierno ha convertido el miedo en su herramienta más poderosa. Los jóvenes, que representan la esperanza de una nación y el potencial de cambio, son vistos como una amenaza. Cada manifestación que se desarrolla en las calles de Venezuela es reprimida con violencia desproporcionada. Las fuerzas de seguridad, junto con los “colectivos” armados, han adoptado tácticas de terror, utilizando armas de fuego para dispersar multitudes pacíficas. Isaías fue alcanzado por una bala disparada en medio de la represión, un acto que deja claro que en Venezuela, ser joven y estar en las calles puede costar la vida.
Este patrón de violencia es una forma calculada de control. El mensaje del gobierno es claro: no hay espacio para la disidencia, y mucho menos para una juventud que cuestiona el statu quo. La represión no distingue entre edades, géneros o roles sociales. Cualquiera que levante la voz, que se atreva a salir a las calles o que simplemente pase por una protesta, es visto como un enemigo del Estado. Isaías no fue una excepción.
El terror de Estado ha encontrado en los jóvenes a un objetivo, porque ellos son quienes más claramente encarnan el deseo de cambio. La represión contra los estudiantes, trabajadores jóvenes y adolescentes refleja el temor que el régimen tiene a perder el control sobre una generación que, a pesar de las dificultades, sigue soñando con una Venezuela libre, democrática y próspera. Pero esa represión también es un recordatorio de que el gobierno no puede silenciar esos sueños a balazos.
La muerte de Isaías Jacob Fuenmayor González es un recordatorio doloroso de la realidad venezolana. Es la historia de un joven que no tuvo la oportunidad de crecer, de ver realizados sus sueños, ni de vivir en un país donde la protesta pacífica es respetada. Su vida fue arrebatada por un régimen que, al no poder ganarse el respeto y el apoyo de su pueblo, decide gobernar a través del miedo y la violencia.
Pero la historia de Isaías no termina con su muerte. Su memoria y la de tantos otros jóvenes asesinados en las calles de Venezuela debe seguir viva. No podemos olvidar sus rostros, ni sus nombres. Debemos seguir exigiendo justicia, no solo por ellos, sino por la juventud venezolana que aún sueña con un futuro mejor. Su lucha por un país diferente es la misma que todos los venezolanos que anhelan libertad y democracia deben continuar. El régimen podrá reprimir, pero no podrá destruir las ideas, los sueños y la voluntad de una juventud que, como Isaías, solo quería vivir en paz en un país justo.
Isaías, a sus 15 años, se ha convertido en un símbolo de la resistencia juvenil en Venezuela, de la injusticia que recae sobre una nación que pide a gritos libertad. Y es nuestra responsabilidad, como ciudadanos del mundo, mantener viva su memoria y seguir luchando por aquellos que, como él, ya no están para hacerlo.